Opinión de Carlos Marín
Lo sucedido ayer sobre la reforma del Poder Judicial corrobora que cuando a una orden le sigue una contraorden el resultado lógico es el desorden.
El lunes a media tarde, Claudia Sheinbaum informó que, mientras comieron, el presidente López Obrador “estuvo de acuerdo” con ella en que su propuesta se discuta con las facultades de Derecho, las barras de abogados y los trabajadores del sector, ministros y magistrados.
A la mañana siguiente, AMLO urgió a que se acelere el proceso a partir del 1 de septiembre, a fin de que la iniciativa sea aprobada por sus avasallantes mayorías de la próxima legislatura.
La necedad presidencial hizo que Sheinbaum se echara para atrás pocas horas después de concluir la mañanera, y lo que pareció un compromiso de diálogo se convirtió en el anuncio de que la incógnita será despejada por una encuesta.
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