La celebración de la ignorancia
Este fenómeno representa la banalización del poder llevada a su extremo más grotesco. Lo preocupante no es solo la mentira, sino la orgullosa celebración de la ignorancia. Esto se ha erigido en virtud, una manera de esconder el conocimiento detrás del desprecio por el pueblo. El capricho se disfraza de convicción, y la insensatez, de autenticidad. Ahora el poder se mide en likes y retuits; la historia, las ideas y la coherencia son meros accesorios. Es la política de la distorsión: ya no se intenta ganar un debate, sino reventarlo, creando una realidad paralela tan estridente que paraliza el juicio crítico.
Y en este espectáculo reconocemos a los abuelos ideológicos de Trump: Mussolini y Berlusconi. Del primero, Trump hereda la teatralidad: el gesto calculado, la oratoria bufonesca que no persuade, sino que somete a través de la emoción bruta; Trump patentó el retuit como instrumento de dominación global. Y de Berlusconi, la sonrisa impostada, la vulgaridad astuta y la concepción del negocio como principio rector. Pero Trump no es un imitador; es una destilación grotesca de ambos. No hay en él una ideología firme, sino un hambre voraz de escenario, rating y conflicto. La política se convierte en una secuela mal escrita de un reality show, y él es su protagonista indiscutible.
La columna completa, aquí: