Opinión de Joaquín López Dóriga
La reforma al Poder Judicial de la Federación se ha convertido en el principal tema de esta sucesión presidencial a partir de la obsesión de López Obrador de dejarlo a la medida del régimen. El tema ha dejado a un lado, estratégicamente, el que es clave para todo lo demás: la sobrerrepresentación de Morena en el Congreso, que le daría la mayoría calificada para hacer todas las reformas que se le ocurran al gobierno de la 4-T, la judicial incluida.
Y por eso ese ha sido desde hace año y medio, el tema permanente de López Obrador, no la mayoría calificada, que es la que garantiza larga vida a su cuarta transformación. El caso del Judicial es un distractor y no el fondo, la mayoría calificada que es lo esencial y que tendrá que decidir el INE a más tardar el 23 de agosto, línea hacia la que ya apunta.
El escándalo, porque esto es un escándalo, lo ha centrado López Obrador, más que en el Poder Judicial de la Federación, en la integración de la Corte, con dos actores: Arturo Zaldívar, quien entregado desde su cargo de presidente de ese máximo tribunal, al Poder Ejecutivo, y la sucesora, contra sus deseos, Norma Piña, contra la que ha lanzado todas sus baterías, y ahora la ministra Yasmín Esquivel que en el pleno privado, previo al público de lunes, planteó a sus diez compañeros el relevo de la presidente de ese poder, lo que no transitó, pues la mayoría de opuso.
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