Violencia: morir en Michoacán
Opinión de
El lunes fue asesinado el líder de la asociación de productores de limones de Apatzingán, Bernardo Bravo, que había denunciado una y otra vez las extorsiones a los que son sometidos los sectores productivos en la Tierra Caliente michoacana. Para ese mismo día había convocado una movilización contra los coyotes, los extorsionadores cotidianos en toda la región que se ha convertido en un verdadero frente de combate, no sólo de los cárteles entre sí, sino de éstos contra la sociedad, que es extorsionada y perseguida, y de los criminales contra el ejército, que sufre constantemente de ataques incluso con drones y minas antipersonales.
Se ha denunciado que los integrantes de los grupos criminales han recibido formación para la utilización de drones con explosivos de militares colombianos y de expertos que se han formado en la guerra entre Rusia y Ucrania. Muchas veces hemos dicho que Michoacán es una suerte de laboratorio (como también Tamaulipas) para muchas de las acciones más violentas del crimen organizado, y la dinámica impuesta de ataques a fuerzas militares con drones y explosivos es una de las mejores demostraciones de ello.
El crimen organizado se alimenta de muchos desafíos sociales y carencias, pero la creación, el desarrollo y la operación de las grandes organizaciones criminales se determina por otros factores, pero sobre todo por uno: son organizaciones cuyo único objetivo es obtener ganancias, todas las posibles y fuera de cualquier ámbito legal. Por definición estas organizaciones reemplazan al Estado y expolian a la sociedad. Y por ende deben ser combatidas y destruidas por el Estado, al que le disputan además el monopolio de la fuerza. Una estrategia que no parte de la exigencia de doblegar y romper estas organizaciones no tiene sentido.
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