Por Edgar García Gallegos.
La reputación de un político es un elemento crucial en su carrera y desempeño. Es un reflejo de su integridad, ética y capacidad para cumplir con las expectativas de los ciudadanos. Una buena puede abrir puertas, generar apoyo y facilitar alianzas políticas, mientras que una dañada puede tener consecuencias graves.
Por otra parte, dicen los protocolos que una crisis es una situación adversa que puede dañar severamente la reputación o el prestigio de una persona o institución.
Y si no, que le pregunten a la diputada, catedrática, y presidenta del Partido Alianza Ciudadana, Alejandra Ramírez Ortiz, que por no saber manejar una crisis ha generado un socavón a la credibilidad personal, a la Universidad Autónoma de Tlaxcala, a su instituto político, al Poder Legislativo y, sobre todo al apellido Ortiz, más aún cuando en las calles alumnos gritan «Fuera los Ortiz», durante las manifestaciones de alumnos universitarios.
Ramírez Ortiz ha puesto el epitafio en su tumba política a pocas semanas del Día de Muertos, pues de tener aspiraciones a una candidatura, ya sea la relección como diputada local, la presidencia municipal de Tlaxcala o una diputación federal, enfrente tiene un camino escabroso y tendrá que empezar por recuperar su prestigio.
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