Lucero Cervantes
Los resultados electorales del pasado 02 de junio ponen en su justa realidad a los partidos dominantes del pasado. Hablamos del PRI y el PAN, que se aliaron en busca de hacerle competencia a Morena, pero fracasaron.
Y fracasaron porque sus dirigentes no supieron interpretar el sentir de la gente y, en cambio, privilegiaron intereses personales y de grupo por encima de los de sus partidos y sus militancias. Por eso, su absurda estrategia de campaña, de atacar y señalar a Morena y sus gobiernos, no tuvo impacto en el electorado.
Sencillamente, no pudieron apreciar que la satisfacción ciudadana en los gobiernos de Morena, tanto a nivel federal como estatal, llevaría a los votantes a refrendar su apoyo al proyecto de la Cuarta Transformación.
Lo más penoso para ambos partidos, que ya han sido gobierno en Tlaxcala y en el país, es que sus cúpulas no aprendieron de los errores del pasado y prefirieron servirse de sus bases. Los ejemplos más claros en la entidad son los de Anabell Ávalos del PRI, y Miriam Martínez del PAN.
Como sabemos, Anabell Ávalos se refugió en la dirigencia estatal del PRI, tras su derrota como candidata a la gubernatura en los comicios de 2021. Y ahora, los hechos demuestran que, desde esa posición, construyó las bases para su campaña al Senado de la República.
Por supuesto, tuvo poder de decisión en la designación de candidatos a Diputados Locales y Presidentes Municipales, y en la provechosa alianza con el PAN. Al final, fue ella la principal ganadora del desastre electoral que enfrenta el PRI, que está viviendo los días más oscuros de su historia: sin ni un ayuntamiento ganado por sí mismo y con apenas una plurinominal local.
En el caso de Miriam Martínez, es conocida su llegada a la dirigencia del PAN por la vía de la imposición a través del grupo político que encabeza su esposo, Ángelo Gutiérrez, alcalde de Apetatitlán. La conducción facciosa del partido favoreció la determinación de candidaturas, incluida la de ella, como primera posición de la lista plurinominal para el Congreso local.
La panista siguió la inercia nacional de la coalición de partidos de oposición a Morena, sin calcular que su partido tenía más que perder con un pacto con el PRI, que es la fuerza política con mayor rechazo ciudadano: Perdió Apizaco, municipio que tenía bajo control el PAN desde hace 16 años, y Apetatitlán, donde quedó expuesta la desaprobación que arrastra el gobierno en turno.
Ni la visita de sus lideres nacionales, ni la de la propia candidata presidencial prianista Xóchil Gálvez, impidieron que ambos partidos quedaran en ruinas. Y mientras las bases permanecen desconcertadas, tratando de entender lo que pasó el domingo 02 de junio, ambas políticas tienen asegurada su permanencia en la escena política estatal, sin asumir responsabilidad alguna de la caída de sus institutos políticos.
Ya es hora de que los militantes del PRI y del PAN despierten de su pesadilla postelectoral y exijan cuentas de buena vez a sus actuales dirigencias y liderazgos. Los tiempos de la burla no deberían tolerarse más.