Opinión de Raymundo Riva Palacio
Qué gran paradoja estamos viendo: Claudia Sheinbaum, la candidata presidencial que obtuvo el mayor número de votos en la historia desde que hay elecciones libres y competidas, será la presidenta más débil que asuma el cargo. La razón es obvia. Andrés Manuel López Obrador no quiere irse. Dejará la Presidencia, pero está aferrado al poder, y en lugar de haber permitido lo que por gravedad política sucede, el desvanecimiento del suyo y el empoderamiento de la sucesora, la acota y domina en forma y fondo.
La metáfora y a la vez anécdota la vimos en el último Grito de la Independencia, cuando tañó la campana de Dolores en 60 ocasiones y no quería terminar las arengas, y días antes, en una mañanera donde al final forcejeó con su esposa, Beatriz Gutiérrez Müller que le decía que ya había terminado y sutilmente lo jalaba, sin que él quisiera dejar de hablar. La forma en él ha sido destino y el fondo un puente. Cumplirá el mandato sexenal que comprometió desde un principio y que no puede cambiar legalmente.
No le ha dado respiro a Sheinbaum, a quien hace mucho escogió como su sucesora, y la ha arrastrado por todo el país en su gira de despedida, en lugar de ser prudente con los tiempos de quien será presidenta, para permitirle trabajar en el arranque de su gobierno y articular la transición. La verdad es que no hay transición, por decisión de López Obrador, que tampoco parece concebir un nuevo gobierno, entendido como una administración que despierte ánimo y expectativas, porque la continuidad manifestada por ambos ha sido tan abrumadora que la presidenta electa ha sido reducida a administradora de su legado.
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